¿Qué tan programados estamos?
Esta semana estaba mirando a las niñas jugar y, poniendo mi atención en su juego, me di cuenta que a veces decían frases con una entonación, forma de decir, gestos muy parecidos a alguna frase que dije alguna vez.
Otra noche, estaba leyendo un cuento a la Clarita antes de dormir y noté que el cuento hacía varios juicios valóricos respecto a diferentes situaciones, también dejaba unas dudosas lecciones con un poco de que el fin justifica los medios y que ganar es lo único que importa.
Los queques y los arquetipos
Este mes me ha dado por hacer queques, los últimos dos en vez de subir, uno se hundió y el otro quedó medio pegado al molde. Cuando los saque del horno admito que me bajonié un poco, y es que uno le pone cariño y todo, pero a veces las cosas no salen como uno quiere, ¿o no?
Esos queques diferentes me hicieron pensar cuánto era yo el que quería que quedara inflado y listo para la foto y cuánto era en realidad un estándar, el debe ser de una creación, algo así como un libro de leyes de los queques: “Para que un queque sea considerado como tal debe subir 5 cm, de contextura firme y esponjosa, de color dorado, al cortarse debe tener un bonito color amarillento. Al olfato debe producir una sensación hogareña y debe ser instantáneamente reconocible”.
Me hizo pensar también en lo estructurado que está todo bajo esos libros de leyes, en estos arquetipos que nos ayudan a comunicarnos, pero también pueden encarcelarnos. Me acuerdo que cuando era más chico ya tenía como ideas de cómo “debía” ser una persona de 30, 50 o 80 años, de lo que debía hacer una persona a esa edad. Esa imagen que tenemos cuando alguien menciona la edad de otra persona, lo que se nos viene a la cabeza al escucharla, sus gustos, sus intereses, su vestimenta, ¿no debiera ser siempre sólo una sorpresa?
No sé si me explico, todo eso que ponemos en un desconocido cuando escuchamos su edad o cualquier otro dato ¿no nos habla mucho de nosotros mismos? ¿Por qué haremos tanto eso? ¿Cuánto nos encerramos a nosotros mismos en esos parámetros? ¿Cuánto influyen los medios de comunicación, la publicidad, lo que leemos, nuestra educación en esas estructuras y lo rígidas que son? ¿Cuánto me creo yo lo que se supone que la sociedad espera de mí en tal momento de mi vida?
El otro día escuchaba a un señor que contaba que no mandaba a sus hijos al colegio. Mi primera reacción fue cuando menos juiciosa, pero seguí escuchando. Él no recomendaba a nadie sacar a sus hijos del colegio y seguir su forma, sólo estaba contando lo que le hacía sentido a él y a su familia. Al final, ¿no es eso lo que importa? ¿Ser fiel a lo que creemos?
Es como raro pensarlo pero no es mucha gente la que toma sus decisiones por convicción propia, que vive en el lugar que sueña, que hace lo que realmente le apasiona. Parece que son pocas las personas que se sienten cómodas fuera de ese “arquetipo” que hablaba antes, es como loco pensar en qué hay muchas personas viviendo “lo que tienen que vivir en su etapa”, que se visten “como se tienen que ver las personas de su edad”, que hablan de los temas que tienen que hablar, y claro, no es que sea malo, lo único que busco es que haya una reflexión acerca de cuánto soy yo y cuánto es la idea de lo que “debiera hacer/ser yo”.
Mirémonos y cuestionémonos sin juicio qué tan libre soy: ¿estoy viviendo la vida que realmente quiero vivir o estoy viviendo la vida que eligieron para mí?